El lema de campaña es una de las piezas fundamentales en la estrategia de los partidos políticos a la hora de encarar unas elecciones. Evidentemente, las propuestas clave de su programa, así como el o los candidatos a ocupar los principales cargos políticos en disputa, también forman parte importante del entramado con el que afrontarlas. Sin embargo, debido al protagonismo cada vez mayor, tanto de los medios de comunicación de masas (TV, radio, etc.), como actualmente, de las redes sociales, el lema, junto a un candidato con buenas dotes comunicativas, parecen haber adquirido una preponderancia a la hora de posicionar al partido frente a los electores y la opinión pública en general.

Todos recordamos la invitación del PSOE de Felipe González a votar por el cambio en las elecciones generales de 1982. Un lema presentado en positivo que trajo consigo una mayoría absoluta aplastante del Partido Socialista por primera vez desde la recuperación de la democracia. Asimismo, la memoria nos trae a la cabeza la imagen del dóberman que utilizó en una de las campañas de los años noventa para intentar convencer al electorado de los peligros que acechaban ante la posible vuelta de la derecha al poder. Esta vez, la imagen se presentó en negativo, apelando al miedo. 

Esta forma de proceder es similar en otras democracias occidentales. Desde el bien conocido “Yes, we can” de Obama hasta el más reciente “Make America great again” de Trump.

No obstante, yo me atrevería a decir que la situación parece encaminarse hacia un deterioro preocupante. Ya no se eligen lemas en positivo que ilusionen a los votantes, ni siquiera aquellos que puedan resumir en pocas palabras lo esencial del programa o de los valores del partido. Lo que importa es que tengan un impacto mediático, independientemente de su consistencia o su veracidad. Lo que cuenta es que llame la atención y quede grabado en la mente de los electores para que se plasme en el mayor número de votos posible.

Es en este contexto en el que parece desarrollarse la campaña para las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid. El primer aldabonazo lo propinó Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP a la presidencia, con su “comunismo o libertad” (desde un inicial “socialismo o libertad”). Es cierto que las experiencias políticas donde el comunismo ha estado en el poder, tanto en el pasado como en el presente, nos indican que la libertad se ha visto seriamente comprometida. Pero también es cierto que, en la actual oferta electoral, el comunismo (o incluso el socialismo) es sólo una opción más dentro del abanico de posibilidades disponibles. Por lo tanto, el lema pretende apropiarse de un valor fundamental de nuestra sociedad como es la libertad, a la vez que eliminar de un plumazo tanto las alternativas claramente opuestas a la de la Señora Ayuso como aquellas distintas, pero no englobadas en la izquierda.

Ante el aparente éxito de la frase acuñada por el equipo del PP, Pablo Iglesias ha reaccionado con un no menos intrincado “fascismo o democracia”. Es de justicia reconocer que donde el fascismo se ha impuesto, la democracia ha brillado por su ausencia, pero también ha sido el caso en aquellos lugares donde el comunismo ha gobernado. Por lo tanto, la credibilidad del Señor Iglesias al invocar la palabra democracia es cuando menos escasa, a menos que se trate de alguno de los significantes vacíos tan caros a su discurso. Subliminalmente, el Señor Iglesias intenta asimilar cualquier opción que no esté englobada en la izquierda como una forma de fascismo, siquiera porque la entrada de Vox en el gobierno de la Comunidad sería necesaria al ser más que dudosa la consecución de una mayoría absoluta por parte del PP.

Por otro lado, si aplicamos una comparación entre ambos lemas de campaña, nos encontramos ante un problema serio de falta de consistencia desde el punto de vista de la lógica. El paralelismo entre los términos “comunismo/fascismo”, aparte de obviar el resto de opciones, nos lleva a comparar los términos “libertad/democracia”. Es decir, la comparación entre ambas leyendas nos lleva a la conclusión de que tenemos que elegir entre ambos valores, o libertad o democracia.

Y así estamos, confrontados a dos lemas “comunismo o libertad” y “fascismo o democracia” que no solo no representan la realidad de las diferentes opciones en juego, sino que, además, suponen una formulación falsaria de la realidad. Y eso sí que no, pues la inmensa mayoría de los ciudadanos no solo de Madrid sino de toda España no quieren elegir entre ellos, sino que queremos ambos: Libertad Y Democracia.